La temporada pasada realizamos un
artículo con los casos de mala suerte que se pueden dar en cualquier jornada de
caza, cualquier día, lugar o cualquiera sabe cómo llamarlo, en definitiva se da
en el momento más inoportuno o deseado. Una oportunidad que se presenta para
realizar el disparo que te puede ofrecer la pieza soñada y un fallo ajeno al
cazador que te deja con la miel en los labios y que por supuesto te da el día o
la semana entera hablando de lo que “PUDO SER Y NO FUE”. Después de 12 monterías
celebradas sin ver ninguna pieza a tiro,
pero si a larga distancia, distancia que yo no comparto a realizar esos
disparos tan largo que puede herir una res y no poderse cobrar y morir en el
monte sin opción de su cobro, preferible dejarla pasar a ver si llegan a otros
o hay están para la próxima temporada. Se presentaba la jornada en “Siete
chozas”, dura por el día tan gris y amenazante de lluvia, pero no se contaba
con el inoportuno vendaval, que por supuestos para la montería no es lo más
apropiado. Desde un principio el lugar que me tocó en suerte o en este caso de
manera obligada por la ausencia del postor D. Pepe Pitorra, era un lugar que
todos les gustaría ocupar por los pasos querenciosos de las reses y que debido
a mi suerte se cumple los pronósticos que estoy teniendo todo el año, NADA DE
NADA. Pero ese día contaba con un motivo especial de que la suerte cambiara y
poder abatir una pieza que ilusionara a mi acompañante y así poder regalarle un
buen trofeo. Mi suerte y gran aliada, me dejo, de nuevo, EN LA PRÓXIMA SERA. La
caza es así, si no, no sería CAZA.